
Madrid, 17 de agosto de
2014
Granadilla
– Cáceres. Así se llama el pueblo donde están mis raíces.

Nos levantamos y fuimos a la
muralla donde estaba el mirador, en efecto, no se oía ni un solo ruido. Todo el
pueblo dormía. Entonces dijo mi padre: “Hijo, vamos al molino a ver si podemos
salvar algo.” Con las mismas cogieron un carburo y un farol y se marcharon.
Nosotras seguimos allí asomadas a la muralla (el mirador) hasta que llegaron al
puente, nos dieron una señal con el farol y así supimos que era el pantano,
hasta que cruzaron la sierra y dejamos de verlos.
Cuando llegaron ya no pudieron
entrar, estaba casi todo cubierto de agua. Trigo, harina y piensos se vinieron abajo. Entonces mi hermano comentó: “Padre si el embalse sigue subiendo
a esta velocidad dentro de una hora no se verá el molino y el agua ya estará por los corrales (los cuales estaban mucho
más altos, en la sierra).” Entonces se fueron a buscar ayuda y cuando
regresaron ya no pudieron pasar, tuvieron que entrar por el tejado y el ganado
ya estaba pisando agua.
Allí estaba mi padre atando a los
cerdos con una soga mientras los otros tiraban hacia arriba y así consiguieron salvarlos.

A los pocos días bajo el embalse,
limpiamos el molino y cuando todo estaba preparado y recogido, esa misma noche
el río lo cubrió de nuevo. Y así quedaron, parados para siempre.
Rosario Hernández.
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